21 septiembre, 2005

¿Verjas más altas contra la inmigración?

Las pateras cruzan todos los días el estrecho. Niños de pecho, hombres, mujeres embarazadas y jóvenes arriesgan la vida en el mar encima de cuatro tablas. Negros africanos (subsahariano es un eufemismo) asaltan la verja de Melilla repetidas veces. Madrid es la cuarta ciudad con más ecuatorianos en el mundo. Gentes del este de Europa se pasean por nuestros pueblos.

No llamamos inmigrantes a los alemanes, franceses, ingleses, o norteamericanos que viven aquí. No, esos son… como “invitados”, diría yo, pero no inmigrantes. Llamamos inmigrantes, de manera peyorativa, a los extranjeros llegados de países pobres. Países tan pobres que, una mala vida aquí, es mejor que una buena allí.

Para la mayor parte de los españoles con pedigrí la inmigración es un problema. Sin embargo, los necesitamos, y mucho. A ver si no quién iba a realizar los trabajos que la mano de obra nacional no cualificada, incluso desempleada, desprecia: barrer, servir, limpiar la caca a los abuelos y a los niños, recoger la aceituna o la uva... También nos interesan para cotizar a una seguridad social necesitada. Incluso para que nos vendan cosas por los bares, o la última novedad discográfica en el “top manta”. Por supuesto que los necesitamos. Y estamos dispuestos a acogerlos, pero en una cantidad razonable, oiga. Justo eso nos gustaría: una cantidad razonable.

Pero no va a ser posible. Ya no va a ser posible porque vienen en tropel y porque, al final, nosotros, occidente, nuestra política, nuestro modelo económico, somos los responsables de tal situación. La inmigración no es más que la consecuencia de no haber dejado desarrollarse a los países más pobres.

Nadie deja su hogar si vive con un mínimo de dignidad. Nadie emprende un viaje tan peligroso y largo si no le empujan. No nos engañemos. Los españoles no fuimos a Alemania en los cincuenta y los sesenta a aprender el idioma. Nos empujó la inmundicia en la que estábamos hundidos. Nos envió al extranjero la necesidad, el hambre.

Los movimientos de personas siempre se producen de los lugares donde no hay qué comer, a los que hay abundancia. Occidente, el norte, lleva siglos parasitando al sur. Siglos sin permitirle el desarrollo. La gente aguanta hasta donde puede porque se resiste a desarraigarse. Pero ya no puede más. El sur está cada vez mas esquilmado y sus habitantes se dirigen en goteo continuo y progresivo hacia nuestras tierras. Vendrán millones. Y nos guste, o no, van a quedarse y a hacerse un hueco en nuestra sociedad. Y no se van a parar porque les pongamos alambradas cada vez más anchas o verjas cada vez más altas.

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