La seriedad, el respeto, la honestidad. Tres principios a inculcar desde la más temprana infancia en las personas, y que parecen haberse borrado de la memoria común. Tres actitudes (y aptitudes) que deben ser trabajadas hasta la saciedad para que las generaciones futuras no caigan en los mismos errores en los que cayeron quienes en la actualidad están al cargo del funcionamiento general del país: de las empresas, de la política, de la justicia, de la economía, de la educación...
Saltan cada día noticias que hielan la sangre. Una, del mundo empresarial. El ex presidente de Abengoa, un tal Benjumea, que declara ante la juez que investiga su caso que «el talento se paga». Él y su consejero delegado se habían adjudicado indemnizaciones por cese por alrederor de 20 millones de euros. Llevaron a la empresa a la ruina y se premian en un comportamiento muy profesional. Claro, el talento se paga. Su talento, por el que tanto cree que vale, es nada más que ser hijo del fundador de la empresa. Talento puro, el muchacho este.
Conocí en mi otra vida (la laboral) directivos de todo tipo. Por un lado excelentes profesionales serios y honestos, propietarios algunos y contratados otros, pero verdaderos artistas de la gestión de la abundancia, y de la crisis. Por otro lado, encontré «amos» que levitaban medio metro por encima de sus empleados, y a quienes todos a su alrededor daban la razón para no caer en desgracia; sus decisiones, si salían bien, era por su pericia y agudeza, y si salían mal, porque estaban rodeados de empleados inútiles y desagradecidos. Un tercer grupo son los profesionales de la venta de humo; llegan a las empresas en crisis de la mano de «headhunters» que se llevan una pasta, y tienden a ponerlo todo patas arriba y dejarlas peor de lo que estaban; su primera decisión suele ser hacer una purga de directivos de la casa, sin pararse a pensar en su competencia, a los que sustituyen por amigos parecidos a ellos. Un peligro muy extendido, este de estos piratas.
Por seguir con el mundo de la empresa, tenemos el escándalo de Vitaldent. El macarra (con perdón) del dueño cobraba en metálico a sus franquiciados y se llevaba la pasta a Suiza y a otros lugares «seguros». ¿El objetivo? No pagar impuestos. Me pregunto qué les pasa a los empresarios que en el momento en que sacan un poco la cabeza, en lugar de preocuparse por crecer sanamente y contribuir al bien común y al desarrollo de su país y de la sociedad, hacen lo imposible por evadir impuestos, o por influir en los políticos (lobbies) para que legislen favorablemente a los intereses de sus empresas en este aspecto.
Estos días supimos también que Hacienda inspecciona a setenta y tres (73) empresas cárnicas por
hacer juegos malabares con el dinero negro. Movían enormes cantidades de efectivo. Declaraban beneficios muy bajos... Más evasión de impuestos. En España hay alergia a los impuestos. Estamos hablando de 73 empresas. ¿Cuántas habrá más que se libran? Aquí los que pagan la fiesta son los que tienen nómina y los autónomos, los pobres y estrujados autónomos, para los que el Estado ofrece una protección prácticamente nula. Así que una de dos, o ponemos tantos inspectores como empresas, o se nos marcha el dinero a chorros.
Y a todo este revoltijo de mediocridad y de desfachatez se une el asunto político. Un partido, el PP, que se resiste a reconocer sus prácticas mafiosas, y con el que ningún otro partido quiere nada. Y otros cuatro o cinco incapaces de ponerse de acuerdo para gobernar porque todos trazan «líneas rojas», que no son más que un síntoma de infantilismo político. Tal carencia de seriedad constituye una falta de respeto hacia los electores que decidieron votar pluralidad. Estos niños no saben que pluralidad significa que se quiere que participen todos. Puede comprenderse que se aísle al PP, por corrupción, y a los independentistas por lo mismo. Pero no se entenderán nunca la posiciones que pongan como condición que no estén otros.
Pues este es el panorama general. Feo, ¿no? Pues solo hay una fórmula: seriedad, honestidad y respeto. Cualidades estas prácticamente desaparecidas en la poltica, y lamentablemente también, por lo que se ve, en el mundo de la empresa.
1 comentario:
Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que dices. Mi discrepancia tiene que ver con los silencios, porque no se puede citar solo al PP cuando se habla de corrupción. Lo del dóberman tampoco se le puede atribuir al PP, recordarás que fue un recurso subliminal utilizado hace años en un vídeo elaborado por el PSOE.
Si piensas que los que sitúas en la "extrema derecha" están en el PP pienso que es porque no escuchas los medios en los que esta se expresa. Yo hablaría más bien de algunos sectores a la derecha del PP, más que en la extrema derecha. Y solo en algunos aspectos, porque hoy las posiciones políticas son bastante complejas internamente. Por ejemplo, puede haber gente muy de derechas en lo económico pero no en lo social o lo moral. Además, si ésta no se manifiesta políticamente es porque políticamente no existe. Dar por hecha su existencia cuando no comparece, es un esencialismo: las cosas existen aunque no se manifiesten. Dime si no media docena de políticos de extrema derecha. Claro que como hombre de ciencias, antes habrás de definir con un mínimo de rigor qué se entiende por "extrema derecha". Fijado el concepto, luego podemos emplearlo como criterio de clasificación.
De todos modos, mi observación principal quiero hacerla con respecto a la separación de poderes. Yo prefiero una democracia en la que algunos jueces nos disgusten con decisiones con las que estamos en desacuerdo, que esa otra que se tienen en mente los de Podemos, en la que se han de promocionar los jueces que estén en buena sintonía con el proyecto político del gobierno. Por ahí se va camino de un Estado que tiene más de tiranía que de Derecho. Y por eso, como bien sabes, ya hemos pasado.
Échale un vistazo a lo que hoy publica en El País Carmen Iglesias. En lo social y en lo político también hay que manejar el principio de incertidumbre. Eso ayuda mucho a salirse de la dinámica del "rompe y rasga", del "blanco y negro".
Salud y República. (Bueno, me vale la Monarquía Parlamentaria, al menos en este momento, que ya sabemos que todo se acaba.)
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