La historia a que me refiero ocurrió en México, un país un tanto desintegrado en esto de la delincuencia, a la que no hay gobierno que le mata mano de verdad. Los casos de Ciudad Juarez, millares de mujeres muertas; las ejecuciones masivas y sanguinarias de los narcos, decapitados, mutilados; los cuarenta y tantos estudiantes muertos no se sabe por qué. La vida de la gente no vale nada en México, al parecer. Sin embargo allí vive gente normal con su trabajo, con su vida que, sin ser ajena a todo esto, tira hacia delante.
En México, a tenor de las noticias que saltan cada poco tiempo, puede pasar casi cualquier cosa. En esta ocasión me llamó la atención un caso curioso de un «justiciero» casi de película, como aquella en la que Charles Bronson se cargaba a todos los malos que se le ponían delante solo por el mero hecho de ser eso: malos. Pues este hombre, el mexicano al que me refiero, iba en un autobús que se dirigía al DF de madrugada, alrededor de las 6 de la mañana, cuando, en una parada entraron cuatro tipos que resultaron ser atracadores.
Uno de los bandidos apuntó al conductor mientras los otros atracaban a los pasajeros a punta de navaja y de amenazas. Les quitaban todo lo que podía tener valor y lo metían en sus mochilas. Cuando acabaron el trabajo, el jefe, indicó al conductor que se preparase para parar. Los cuatro ladrones se dirigieron a la puerta para bajar. En ese momento, uno de los pasajeros, desde la parte trasera del bus, nuestro hombre, se levantó, sacó una pistola y, con frialdad, le pegó un tiro al jefe, que cayó fulminado desangrándose. Los otros, aterrorizados, consiguieron abrir la puerta y salir huyendo saltando apelotonados por encima del cuerpo del cabecilla.
Sin embargo el ejecutor, con rapidez, pero con seguridad, saltó por encima del caco caído, apuntó con su arma a los que escapaban y disparó otras tres veces..., e hizo blanco. El resultado cuatro cadáveres de cuatro bandoleros que ya nunca iban a volver al trabajo, ni a casa. El juicio había terminado. El juicio sin juez, sin jurado y sin partes acusadoras ni defensoras. El ejecutor se dirigió a sus ajusticiados, les cogió las mochilas con el fruto del atraco, se las devolvió al pasaje, se bajó del autobús, y se perdió en la oscuridad.
No escribo esto por contar una historia más menos manida y ya tratada hasta por el cine más cutre, sino porque los testigos, cuando fueron interrogados, ninguno de ellos describió al autor de las muertes. Todos declararon «visión defectuosa»: la oscuridad, el estrés, en fin, esas cosas.
Por lo que cuento esta historia, que se puede encontrar en Google con pelos y señales, es porque no estoy seguro de no hacer lo mismo si yo viviese en México, donde los crímenes sin esclarecer son abrumadoramente mayoritarios, y la policía es un nido de corrupción, como la justicia. Más aún, en un caso similar, no puedo asegurar como actuaría, incluso aquí, en España, que sin ser México, de corrupción y de justicia lenta y poco ejemplarizante vamos bien servidos. Creo que colaboraría con la policía, pero no podría asegurarlo después de que mi vida hubiera estado en peligro...¿No es un buen tema de debate?
1 comentario:
Así, a bote pronto, yo creo que tampoco lo habría identificado ante la policía. Si no confío en el fin (el Estado de derecho), no veo por qué participar como medio.
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