El reconocimiento social es una necesidad que nace en el ser humano una vez tiene satisfechas otras más básicas, que tienen que ver con lo fisiológico, con el cobijo y con la relación interpersonal básica. El reconocimiento social hace aumentar la autoestima porque lleva aparejado el respeto de los demás hacia el individuo. Llegadas a este punto, las personas comienzan a autoreconocerse y a quitarse el maquillaje para mirarse al espejo y verse tal como son. Las personas sensatas en seguida se dan cuenta de que son meros individuos pertenecientes a un grupo y de que es precisamente el bienestar del grupo el que proporciona el propio. Entonces empiezan a trabajar seriamente con esa meta.
El problema de la política en España es que no se tuvo en cuenta esto al diseñar el sistema por el que se accede a la representatividad. En una sociedad, las personas deberían estar representadas por individuos que quieren ser reconocidos y respetados por sus conciudadanos por el hecho de trabajar para mejorar las condiciones de vida del conjunto. El prestigio social es el motor que impulsa a quienes deciden postularse y dedicar su tiempo a la política. O así debería ser, porque está claro que de ninguna manera pasa eso en nuestro país. Aquí se accede a la representatividad por nada; basta con pertenecer a un partido y caerle bien a quien confecciona las listas, que a su vez tiene claro que el objetivo del partido es mantener el poder a cualquier precio, aunque este sea la destrucción de la propia sociedad madre.
Está entonces claro que quien está en política, o quien decide ingresar en un partido político al estilo español, no lo hace por ganar prestigio, lo hace para ganar y participar del poder. El prestigio importa poco. Basta ver que las personas dedicadas a la política son generalmente poco respetadas y poco reconocidas. A los políticos se les ve más como un problema que como algo necesario para que la sociedad avance. Y esto es nada más que por el poco cuidado puesto por las organizaciones en ganarse el reconocimiento de la sociedad. Esto no importa, solo los votos. Grave error.
En el sur de Europa, el área católica, la sociedad civil no es tan potente como en el norte, con otros criterios adquiridos en La Reforma. Sin embargo, los acontecimientos, y el comportamiento de la clase política durante este periodo de crisis, están modificando este antiguo axioma. La sociedad civil en el sur empieza a despertar y a darse cuenta de que necesita menos a los partidos y a los políticos del estilo prevalente y empieza a exigir competencia personal en todos ellos. El arma utilizada, además de la protesta y el desprecio por el modo en que se hace la política, es la abstención.
La sociedad, al darse cuenta de que la participación electoral juega en su contra, deja de ir a votar. Los electores están reconociendo el peligro que tienen determinados individuos cuando tienen el poder y no quieren sentirse responsables. Ni derecha ni izquierda ni centro. Ninguna sensibilidad política ha hecho nada bueno por la sociedad española una vez superada la transición. Los avances obtenidos han sido consecuencia únicamente del afán de ganar votos para obtener o conservar el poder y de la inversión del dinero llegado de Europa en infraestructuras. Pero nada para el futuro. Con todo ese dinero y los periodos de superávit debería haberse transformado el modelo productivo para hacerlo más sólido.
El ejemplo más claro es el de Aznar y Zapatero. Ambos perseveraron en el error de potenciar la construcción a sabiendas de que nos llevaba a un abismo. Por eso la abstención y el desapego ciudadano crecerán y crecerán hasta que, desde los partidos, no se tome el camino de inclinarse ante la sociedad civil y retornar a la senda del prestigio social para quien quiera dedicarse a la política. La política es un espacio para gente seria dentro de organizaciones cuyo objetivo central sea mejorar cada día la sociedad, independientemente de las ideologías. La ideología es un matiz secundario cuando está definido el objetivo central.
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