El Partido Socialista está en estado shock. Los últimos resultados electorales constituyeron un traumatismo serio para la formación. Ya desde hace bastantes años el PSOE tiene un problema de votos que le pertenecen por afinidad, pero que permanecen agazapados en la abstención a la espera de que el partido que se ajusta mejor a sus preferencias se decida a dar pasos en la dirección adecuada.
Muchos de esos potenciales votantes han dado un sonoro toque de atención en las europeas del pasado domingo decantándose por Podemos. Y esto fue el detonante para hacer sonar todas las alarmas. El Partido Socialista entró en fase de caos absoluto y la organización interna saltó por los aires. Así, la convocatoria de un congreso extraordinario dio al traste con las aspiraciones de quienes tenían pensado presentarse a las primarias para candidato en las próximas generales. Una nueva dirección podría no considerar tal convocatoria y dejar a los aspirantes en meros figurines sin ninguna posibilidad en la nueva organización.
El terremoto comenzó cuando Eduardo Madina, uno de los potenciales candidatos a las primarias, lanzó el órdago de democratizar el partido y que, en el congreso extraordinario, el secretario general fuera nombrado por sufragio directo de todos los militantes, es decir, a la gallega. De repente todo el mundo empezó a aplaudir Y, aunque eso era algo que ya había sido rechazado en un congreso anterior, un rayo de luz empezaba a vislumbrarse. Por fin algo con pegada, con transcendencia social: un partido con democracia interna de verdad. Algo que podía enseñarse a la sociedad como un aspecto positivo del que los adversarios carecían.
Sin embargo, solo fue un espejismo. El PSOE, como casi ningún otro partido, no quiere democracia interna. Quiere solo el control interno. La facción dominante quiere mandar y mantener reprimidos a los elementos en discordia. De repente todo hijo de vecino quiere que Susana Díaz de un paso al frente y diga que quiere ser secretaria general. De esta forma nadie se atrevería a presentar candidatura. Es tanto el peso de la federación andaluza, que todos prefieren mantener su cota de poder y organizar las cosas para que los delegados den su voto en el congreso a la nueva lideresa. Mejor un puesto en la ejecutiva que un revolcón. O sea, un rechazo frontal a lo que sería justo y equitativo, es decir, que quienes sostienen el partido, los militantes, tuvieran el derecho a votar directamente, un hecho que, de darse, sería imposible de controlar por el aparato. En resumen, el PSOE no quiere democracia.
¿Cómo un partido que reniega de los métodos democráticos para su funcionamiento interno puede querer liderar un estado que se define como democrático? Es una paradoja que solo se explica de una manera. El PSOE no cree en la democracia, ni en la interna ni en ninguna otra. El PSOE pretende seguir con las malas prácticas de gestionar un estado en el que los ciudadanos tienen libertad, pero que no pueden elegir a sus representantes. Estos son elegidos de manera clientelar por las organizaciones políticas y así se mantiene el poder omnímodo que tienen.
Esta absurda paradoja es la causa de la corrupción a todos los niveles en nuestro país. Por eso los partidos no quieren dejar resquicios. Si los militantes votan en el PSOE hay el peligro de que surja una organización no deseada y esto no puede ser. Pues bien, por lo que parece va a tener que ser Podemos quien les saque de su error, porque con esta pantomima que quieren organizar, los potenciales votantes por afinidad, seguirán, seguiremos, en la abstención, y si en Podemos son listos, que lo parecen, seguirán solos, sin pactar con nadie y mandarán mensajes a ese 40 % de la población agazapado para que acuda a las urnas a cambiar el estado de las cosas. Cuidado PSOE, un mal paso puede significar caer en un pozo de paredes resbaladizas del que será imposible volver a salir. Al tiempo.
1 comentario:
Todos los "barones" quieren su cota de poder. No pueden arriesgarse a que el Secratario General del partido sea elegido por todos los militantes y si por los representantes de las cúpulas federales donde ellos tienen mucho qué mandar. Nadie quiere perder lo adquirido tras muchos años de triquiñuelas políticas. A. Sierra.
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