24 agosto, 2014

La gestión del descontento

Cuando en un sistema político no se introducen modificaciones, pequeñas, o grandes, para adaptarse a la realidad social cambiante, se produce el fenómeno del descontento. El modelo no es capaz de satisfacer las necesidades de la parte mayoritaria de la sociedad, a veces ni las más básicas. Los ciudadanos son tenidos por meros proveedores de votos para legitimar la subsistencia de una «clase» que, en lugar de ser representativa, se convirtió, precisamente por la ausencia de estos cambios, en una clase extractiva y parasitaria.

Los ciudadanos no son respetados como electores. Los ciudadanos son tratados como masa amorfa por unos partidos tradicionales cada día más alejados de la sociedad que los mantiene. Desde el momento en que en España aparece la democracia, después del periodo de Franco, merced a pactos subterráneos, la estructura de poder se orienta a la prevalencia de dos partidos nacionales y dos partidos nacionalistas en las comunidades «históricas» (los comunistas quedaban excluidos y los fascistas camuflados en lo que hoy es el PP). Estos grupos, admitidos ya en el aparato de poder, manejan los hilos de un sistema enclaustrado por una Ley Electoral encorsetada y una Constitución de bellas palabras, pero que no se cumple (nótese la posición de la Iglesia en un estado teóricamente aconfesional), y a la que solo se invoca cuando conviene (ilegalidad de la «consulta» catalana).

Los partidos tradicionales están cada día menos legitimados. Un ejemplo lo tenemos en las últimas elecciones al Parlamento Más de la mitad del electorado se quedó en su casa. ¿Por qué? Sencillo. Los electores, los ciudadanos, están descontentos. Y eso quiere decir que en la abstención hay un caladero de votos enorme donde pescar y que, quien sepa gestionarlo, obtendrá unos resultados muy superiores a los que tendría si tirara sus redes entre los que, aunque puedan estar descontentos, participan. Y aquí, en la abstención, difícilmente pueden faenar unos partidos anticuados, con propuestas conocidas, con promesas casi nunca cumplidas, cargados de ideologías, en muchos casos dañinas socialmente (ultracatólicos, Gallardón y compañía), y cuyo gancho electoral más habitual es tratar de mostrar y magnificar lo mal que lo hace el oponente.

De no cambiar su manera de entender la política; de no hacer propuestas atractivas de cambio real de las leyes principales (Electoral y Constitución); de no abrirse seriamente a la sociedad y eliminar de su interior todo atisbo de corrupción con expulsiones y purgas generosas para que el pueblo sacie su sed de sangre en este aspecto, de no hacerlo así, difícilmente obtendrán PP y PSOE resultados que les permitan gobernar con suficiencia.

La aparición de partidos como Podemos y sobre todo, la de un no partido, Ganemos, puede dar un giro copernicano al universo político español. Podemos pescó en la abstención y en quienes se sentían estafados por el PP y el PSOE. Pero Ganemos va un paso más allá, y ese es el que va a tener serias consecuencias. Ganemos es un grupo de gente cuyo como principal objetivo es que la Sociedad Civil tome de nuevo el control, habida cuenta de la incapacidad de los partidos políticos para llevar un rumbo racional. Ganemos, y Podemos tal vez, quieren gestionar el descontento. Se dirigen a quienes no votan y a quienes, haciéndolo, sienten que no tienen opción alguna.

Las próximas elecciones municipales van a ser un test. Los intentos, especialmente del PP, de desactivar estos movimientos mediante la vieja estrategia de la difamación no parece que vayan a dar resultado. Es probable que acusar a Podemos de «bolivariano» (menuda gilipollez) produzca algún efecto. Pero a Ganemos no van a tener modo de meterle mano, pues sus raíces están hundidas en la Sociedad Civil. Así que, lo dicho. Las municipales van a estar entretenidas.


1 comentario:

Bond dijo...


Para que los partidos-mafia puedan pescar en ese descontento deberían, o bien rescatar a alguno de los que se han alejado (y aún puede volver a ser hincha) o transmitir un mensaje de cambio real, muy difícil y muy poco creíble en este punto al que hemos llegado