No me refiero a la justicia de los jueces, sino a esa de la que el mundo está necesitado. Esa que los creyentes llaman justicia divina, y que, como su dueño, nunca se hace patente ni se manifiesta. Si esa justicia existiera la situación sería diferente. Los causantes de los sufrimientos de los pueblos estarían purgando sus pecados condenados al ostracismo más absoluto y a trabajar sin descanso durante todo lo que les quede como vivos para purgar los pecados contra sus semejantes.
La justicia que existe, en realidad la que siempre existió, es la de los prestamistas. Esos que siempre cobran. Esos que guardan en sus cajas de caudales, más que dinero, garantías de que lo que prestaron les será pagado con creces, o por el prestatario, o por sus herederos. Y por debajo de esto solo injusticia, iniquidad, abuso, atropello... El juego es sencillo. Los prestamistas ponen el cebo: toma lo que necesites de lo que yo tengo; los gobernantes abyectos entran al señuelo y piden, y de lo que piden se quedan con una parte, casi siempre de manera «legal», y cuando necesitan más piden más, y se quedan con más. Y así hasta que llega un momento en que el prestamista dice ya no te doy, ahora págame.
El pueblo, ajeno a todo, instalado en lo que para él es una situación bonancible, se encuentra de repente con que aquello de lo que disfrutan no es real. Nada de lo que tienen está soportado ni por el más débil andamiaje: todo es arena. Y todo comienza a desmoronarse, y quienes construyeron ese mundo feliz basado en pedir y pedir, en deber y deber, ni están ni se les espera, y se están no asumen su responsabilidad. Y el pueblo «soberano», que de repente repara en el gran engaño, vuelve a dejarse engañar por quien promete lo que no tiene y lo que sabe que no puede conseguir, engañado él también al pensar que la ley de los prestamistas se puede subvertir.
Los anteriores gobernantes griegos, no Tsipras, son responsables de que su país y su pueblo, se hayan convertido en espectros. Grecia es una máquina que solo puede moverse si alguien desde fuera le proporciona combustible. Los griegos, gobierno actual y pueblo «soberano» tienen ahora el «deber» con los prestamistas. Quienes generaron la realidad actual no están visibles, pero disfrutan de una gran vida. Su recién elegido primer ministro acaba de vender su alma, la suya y la de su pueblo a la negra oscuridad. Había prometido el reino de Jauja, pero quia. Los prestamistas se toman venganza por sus conatos de rebeldía. Ahora le dan más dinero si lo quiere, pero debe ofrecer garantías, y la garantía es su propio país. Grecia pasa a ser una colonia. Igual que un día, tal vez no muy lejano, nos pasará a nosotros si no nos sacudimos las pulgas a tiempo.
En España nadie hay que mejore nuestra situación. Ni Podemos ni el PP. Y si esperamos por el PSOE, Ciudadanos o IU, creo que tendremos espera. Nadie nos va a decir la verdad, nos la van a disfrazar. España debe el ciento por ciento de su PIB a los prestamistas. Yo seguiré sin votar, y como yo unos cuantos millones. Pero si estoy dispuesto a vender mi voto por cero euros. Se lo venderé a quien me hable con la verdad y me diga que su objetivo es que el país reduzca su deuda, la contraída por los patanes que nos gobernaron los últimos veinte años para su propio beneficio. No es cuestión de ideologías, ni de quitas ni de auditorías; lo que debemos fue pedido por nuestros gobernantes elegidos por «nosotros, el Pueblo». Al final es economía familiar. Hay que reducir la deuda aunque para comer haya poco y sepa a hiel. Hasta que no tengamos una economía doméstica saneada no empezaremos a levantar la cabeza. Y por mucho que Rajoy diga que las cosas van bien y que toda la oposición prometa la luna, la única realidad es que estamos en la ruina y ahí fuera, en el circo de la política no parece haber nadie capaz de hacer mirarse al espejo a este país y hacerlo reaccionar.
Así es España. Ya era así con Unamuno y lo dijo por activa y por pasiva. Nada hay nuevo bajo el sol. La justicia, la de verdad, no existe.
1 comentario:
Cada día menos esperanza
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