Un grupo de personas encontró pertinente investigar los crímenes cometidos durante los primeros años del franquismo. Por ello denunció ante un juez lo que ellos consideraban un genocidio. El juez admitió su denuncia y se puso a trabajar en ello porque encontró fundamentos jurídicos suficientes en la legislación nacional e internacional.
Otro grupo de personas consideró oportuno querellarse contra este juez por haber investigado lo que ellos consideraban que no debía ser removido. Para ello presentó los pertinentes argumentos de ley y otro juez admitió la denuncia y llevó adelante una instrucción contra el anterior.
Todo parece ajustarse a derecho. Imagino que ambos jueces conocen su oficio. Pero aquí está en juego algo más que la parte técnica de si las instrucciones son, o no, pertinentes. Aquí lo que se pone en entredicho es la moralidad del aparato jurídico del estado. El montaje teatral en la sala del Supremo es, sin ningún género de dudas, vergonzante.
Los testigos presentados por la defensa del juez juzgado (Garzón) cuentan lo que vivieron y por qué buscan reparación por parte del estado. Explican que quieren los restos de sus padres o abuelos asesinados por un régimen salido de una contienda civil y que, al no poder obtenerlos de otro modo, deciden poner su caso en manos de la justicia.
Los magistrados del supremo están escuchando testimonios que hacen bajar la cabeza a cualquier bien nacido. Testimonios de cómo personas fueron asesinadas y sus cuerpos tirados en no se sabe dónde. Testimonios ruborizantes para un tribunal que admitió una denuncia contra quien había decidido investigar todo aquello.
Por suerte no viví la guerra civil, pero tengo edad suficiente para que mis padres y abuelos, que si vivieron el periodo, me contasen las atrocidades cometidas en la preguerra, en la guerra y en la postguerra. La venganza y el asesinato eran moneda común en ambos bandos. Pero los ganadores siguieron matando después: es un hecho. Y, aunque no sea un hecho, estoy seguro de que si el resultado de la guerra hubiese sido otro, habría pasado lo mismo: los vencedores hubieran causado miles de muertos.
Creo que nuestro país merece que las heridas se cierren. Que alguien diga alto y claro que ambos bandos actuaron de manera inmoral y salvaje. Y que al final se mire bien la realidad y se concluya que solo hubo perdedores. Porque la guerra no la ganó nadie. Muerto el dictador que obtuvo el poder provocándola, España entró de nuevo en la senda democrática. Todos los esfuerzos de Franco y su gente se fueron al traste pocos meses después de su desaparición.
No pasa nada por hablar de ello, por concluir todos los expedientes e investigar y devolver los muertos a quien los reclame. Y si cualquier día alguien decide encausar por crímenes contra la humanidad a las milicias republicanas, que esto no sea visto como una anormalidad.
Haría bien el supremo declarando nulo el juicio contra Garzón y animando a que se investiguen los crímenes cometidos en aquella época por todos los contendientes. Solo con una iniciativa tal se restañarían de manera definitiva todas las heridas y todos los muertos y familiares descansarían en paz de una vez y para siempre.
3 comentarios:
A los perdedores parece que les importan sus muertos que a los ganadores.
A los perdedores parece que les importan más sus muertos que a los ganadores.
Una cosa son los actos de guerra y otra muy diferente lo acontecido tras la victoria de los unos y derrota de los otros; durante la guerra ambos bandos, en mayor o menor medida las hicieron pero tras la guerra no tenia por que haber habido la persecución socioeconomica que se dio con las familias de los combatientes perdedores...
Publicar un comentario