Hace unos días hablaba con un amigo sobre Madrid. Él vive allí y, por lo tanto, allí vota. Yo le pregunté directamente sobre el sentido de su voto. No dudó: «A Esperanza, coño, a quién voy a votar». Mi amigo es bastante inteligente, y confieso que no pude digerir fácilmente la respuesta. Cómo alguien que no fuera un encefalograma plano, que los hay, de esos que votan al PP en cualquier circunstancia podía, sin pudor alguno, expresar su Aguirrismo.
Pasaron por mi cabeza mil imágenes de Esperanza Aguirre; mil declaraciones, altisonantes, contradictorias y grotescas en muchos casos; mil actitudes chulescas de esta presunta aristócrata de baja estofa, mil explicaciones sobre que ella también se equivocaba y que había nombrado para cargos a gente que había birlado centenares de millones en forma de mordidas por adjudicaciones, pero que, en realidad ella no era responsable de que fueran unos macarras y unos mafiosos.
No me lo podía explicar. Cómo mi amigo no se daba cuenta de todo esto. De que, además, el hombre fuerte de su gobierno era quien lo organizaba todo. Ella, su jefa, Esperanza Aguirre, tenía que saber perfectamente que él, Granados, se estaba llevando cientos de millones de euros en mordidas.
Entonces contraataqué: «Oye, verás...», le dije, «puedo comprender que Esperanza te ponga, pero lo que no entiendo es tu ceguera. Esta mujer, una de dos, o estaba enterada de toda la corrupción que había a su alrededor y no dijo nada, en cuyo caso es una corrupta como el Granados ese, o no se percató del asunto, en cuyo caso es directamente tonta». Él se quedó callado un rato..., y yo satisfecho, le había noqueado. Sin embargo era una impresión falsa. Solo meditó unos segundos, después sonrió y me miró con cierta conmiseración. «Veo que no entiendes nada», me dijo con absoluta calma. Entonces empezó a explicarse.
En Madrid, según su opinión, hay solo dos candidatos que merecen la pena, una para el Ayuntamiento, Manuela Carmena y otro para la Comunidad, Ángel Gabilondo. Pero claro se presentan, una en una candidatura de unidad que no ofrece mucha tranquilidad al elector, y el otro por un partido que, en Madrid, es una verdadera merienda de negros. «No tendría ningún problema en votar por Carmena y por Gabilondo. Pero si que me da miedo dar mi voto a radicales o al PSOE de Madrid. Así que, el PP es lo menos malo, aunque signifique votar a una persona poco seria y casi seguro conocedora de todo lo que se hacía, o sea corrupta, como Aguirre. ¿De verdad tú votarías a Carmena con lo que tiene debajo en la lista, o a un titiritero como Carmona, o a Gabilondo, que aún siendo una persona seria y respetable va a tener solo problemas con sus teóricos subordinados?»
Entonces fui yo quién quedé groggy. Me imaginé en el cuadrilátero del colegio electoral estirando la mano hacia las papeletas mientras todo giraba a mi alrededor en un vórtice caótico: papeletas sobres, urnas, la cola de gente. los interventores..., todo daba vueltas. Votar en Madrid es para otro tipo de gente, para aquellos privilegiados que no sienten el vértigo. El vértigo del elector, que cuando se produce, le bloquea de tal modo que la única salida es huir de la escena electoral e irse a su casa acobardado sin haber ejercido su derecho. Y es que votar a veces es un verdadero problema.
Sacudí la cabeza para entrar de nuevo en el mundo real. Tenía que hacer algo... Entonces se me ocurrió hacerle unas preguntas. «Oye, tú crees que Aguirre es buena para Madrid?». «No, es la menos mala», me contestó. «¿Y sabiendo que es mala la vas a votar?». «Es que de los otros no me fío». «Pero, a ver, a ti quién te obliga a ir a votar». «Joder, hay que ir a votar». «Por qué», le espeté con sequedad, «Por qué hay que votar si no hay a quién». Se quedó un rato serio y después dijo: «Pues mira, no había pensado yo en eso. Igual tienes razón. Tengo que darle unas vueltas más...». Me quedé algo más tranquilo. Al menos había sembrado una duda.
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