Pedro Sánchez acaba de ganarse el derecho a dirigir el partido de una manera incontestable: casi la mitad de los votos emitidos. Y aunque, a mi entender, la participación fue algo floja (67%), la legitimidad que le da haber sido elegido mediante sufragios directos de la militancia es un anclaje sobre el que puede sustentarse sin problemas para llevar a cabo los tan necesarios cambios para que el PSOE vuelva a ser percibido por la sociedad, y por el electorado, como un partido capaz de gobernar en favor de esta, en lugar de un grupo cerrado ocupado únicamente de si mismo.
En este blog he manifestado por activa y por pasiva mi incomodidad con la manera de hacer del PSOE y que ello me ha llevado, a mi y a unos cuantos millones de personas a las filas de la abstención activa. Sin embargo también he dejado claras mis simpatías por los presupuestos socialdemócratas como base para llegar a ser un país más igualitario, más justo, más competitivo y capaz de generar riqueza en cantidad suficiente para mantener y mejorar el estado de bienestar y de protección social, estado que fue destruido tanto por el PP, al activar el falso progreso basado en la construcción, como por los posteriores gobiernos del PSOE no pinchando la burbuja y manteniendo políticas suicidas de gasto en una situación de previsible crisis.
En una entrevista, hoy mismo, Sánchez dejaba ver su inclinación a trabajar seriamente para conseguir de una vez por todas un modelo productivo mediante el que España pudiera mantenerse y vivir no basado en el ladrillo. Este modelo debería ser capaz de soportar las necesidades básicas de una sociedad moderna mediante la competitividad y la innovación, tanto en el ámbito económico internacional como en el doméstico. Es una lástima que Zapatero y su equipo no hubiesen iniciado este trabajo. Cuántos años perdidos por ese error. Ahora hay que empezar de cero.
Lo que el futuro nuevo secretario general haga con el partido, así como el resto de mensajes que lance a la sociedad, va a encontrarse con la resistencia de la gran cantidad de estómagos dependientes, actualmente colocados en multitud de cargos en distintos puestos en las diferentes administraciones. Estos puestos, que no fueron obtenidos por méritos personales, sino por el posicionamiento en favor de un «líder», o más bien un cacique local, regional o nacional, van a vender caro su desalojo de sus poltronas. Sánchez debe dejar claras sus intenciones en este aspecto.
También debe acometer la nueva cabeza del PSOE las imprescindibles acciones encaminadas a que la democracia interna sea la norma general para la colocación en las listas electorales. De las primarias no deben salir exclusivamente los cabezas de cartel, de estas llamadas al voto deben emanar las listas electorales. La colocación en la lista por lealtad, nepotismo, o simplemente por simpatía llevó a una selección de políticos con un serio problema de competencia. El PSOE está repleto de diputados y concejales competentes que no llegaron a obtener escaño porque no tuvieron los padrinos adecuados. El mismo Pedro Sánchez obtuvo su escaño por una carambola al abandonar el suyo alguien por encima de él en la lista.
El nuevo líder del PSOE tiene una oportunidad. En mi opinión el electorado está dispuesto en confiar de nuevo en el partido. Pero, atención, solo si se da un impulso serio a este tipo de iniciativas que lo acerquen a la sociedad y que a la vez sirvan para que personas agazapadas que no militarían en el partido por vergüenza ajena, den un paso al frente y pidan el ingreso para ayudar a transformar la sociedad española de una vez por todas y así, quitarles el control a los poderes eternos, y bastante oscuros, que vienen teniéndolo desde hace más de un siglo. No debe desaprovecharse la ocasión.
Se esto fructifica, por obligación, la derecha deberá reaccionar, democratizarse y desprenderse de sus elementos más retrógados si quiere tener alguna oportunidad electoral. De este modo ganaríamos todos, pues se establecería una competencia por el poder beneficiosa para el país y libre de parásitos. Los acuerdos de un cambio en la Ley Electoral y en la Constitución serían posibles y, por fin, se libraría de una vez a España de sus ataduras históricas.
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