13 octubre, 2016

Si en política existiera la dignidad...

Si en política existiera la dignidad en el sentido del decoro en los actos, en los comportamientos, este país ya habría resuelto muchos de sus problemas endémicos. Sin embargo no ha sido así. A las malas cualidades de la sociedad española, esas que todos conocemos: la pereza, la envidia, el «al enemigo ni agua», la poca afición a hacer las cosas como debe ser, y otras tantas, se suma ahora el gravísimo problema de que quienes están en política, quienes se supone que tienen que hacer que las cosas mejoren, son en gran medida indignos, indecorosos, lascivos, en lo referente a esa relación casi pornográfica con el poder, y despreocupados respecto a lo que se supone es su objetivo: mejorar la existencia de sus representados.

Pero la dignidad no existe en política, y no existe porque, a pesar de haber montones de personas honestas que la ejercen, estas no se plantan, no ejercen la desobediencia activa ante las consignas de sus mayores en las organizaciones. La lucha por el poder en ellos se hace evidente hasta en niveles locales. Hay verdaderas puñaladas por tomar el control del aparato, por pequeño que sea. Y nadie dice nada, ni cargos electos ni militantes, nadie, o al menos no se oye ruido alguno que no sea el de los cuchillos entrechocándose.

Cualquier español con una mínima capacidad de análisis sabe que el paradigma de lo que no debe ser un partido es el PP. La corrupción está en él como la suciedad en una pocilga descuidada. Tan solo se echa colonia para tapar el hedor, pero no se hace nada por eliminarla de raíz. ¿Y que dice la militancia, o los mismos votantes? Nada. La militancia es mansa, y los votantes, en una actitud muy española, solo por no votar a otro son capaces de desayunarse cada día con una montaña de mierda, como escarabajos peloteros. Naturalmente están en su derecho, pero no está de más recordárselo.

Dicho lo anterior, cualquiera que esté en política sabe que el PP es una organización cuasi mafiosa. Pues bien. Tras las primeras elecciones de diciembre de 2016, hubo una oportunidad, bien de dejarlo gobernar en minoría vergonzante con su presupuesto, para plantearle después una moción de censura y expulsarlo (esta oportunidad la tuvo el PSOE y todo el mundo podría entenderlo), o bien descabalgarlo de Moncloa después de el acuerdo PSOE - Cs (esta la tuvo Podemos). Pero en todos los casos se pensó para adentro: el PSOE quería gobernar, aunque a Sánchez se le prohibía hacerlo con Podemos, y Iglesias vio en su no al pacto anterior la oportunidad de destruir al PSOE, que era su verdadero objetivo.

La indignidad en la política hizo que el PP se recompusiese y se reforzase en las elecciones del 26 J. Y ahora vamos a ser testigos de una indignidad mayor aún. El PSOE va a facilitar el gobierno del PP, y lo va a hacer tras un golpe de mano indecente. Lo va a hacer a pesar de que en el juicio de la Gürtel se están sabiendo cosas que harían vomitar a un forense. Lo va a hacer en contra del criterio de sus militantes, que huyen en masa de ese nido de víboras. Lo mismo que Ciudadanos, que va a facilitar un gobierno ya de antemano corrupto. ¿Cómo Rivera puede caer tan bajo tras declararse paladín de la limpieza? ¿Qué le están ofreciendo? Porque lo del PSOE es claro, al PSOE le ofrecen la cuota de poder que permite seguir engordando los ya gordos culos de sus elefantes oficialistas.

No es digno, y a la vista de los testimonios de Correa y compañía, menos, abstenerse ni votar sí a la continuidad del PP. Ni el PSOE ni Ciudadanos, pero en especial el PSOE, pueden permitirse tal inmoralidad. Es igual ir a terceras elecciones, a cuartas o a quintas, mientras Rajoy sea candidato al menos. Si lo ponen los electores y gana por mayoría suficiente, nada que decir, allá ellos con su voto. Pero los partidos deben conservar su integridad. De no ser así, algún día nadie creerá en ellos, y a día de hoy ya somos muchos.

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