30 agosto, 2020

¿De verdad necesita la política gente como Díaz Ayuso?

 Escucho espantado a la presidente de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso aseverar que el aeropuerto de Barajas es un coladero de infectados y que esto es una de las causas mayores de que Madrid sea un punto negro en transmisiones de covid en España.

Díaz Ayuso acostumbra a dejarnos con la boca abierta por el calibre de las estupideces que recita sin inmutarse. Yo creo que tiene esa tranquilidad que produce la ignorancia, porque de otra manera no puede explicarse semejante desparpajo y semejante cachaza.

Los técnicos de Madrid, en sus informes contradicen sus palabras. A ella le da igual. Yo dudo de si lee o entiende lo que le dicen cuando le hablan y, en realidad, ella solo declara lo que se le viene a la cabeza. Luego lo mantiene en base a la técnica de los políticos estúpidos de repetir muchas veces algo para hacer que sea tomado como cierto... En fin.

Creo firmemente que España no puede permitirse que haya en política gente como Díaz Ayuso. El PP debería hacérselo mirar. El PP es un partido imprescindible para los equilibrios políticos de nuestro país, pero dispone de demasiados especímenes como esta mujer, sujeto de esta entrada, y eso es malo, muy malo.

En Madrid tienen lo que se merecen, por la inacción de la izquierda y por la inacción de los votantes que prefirieron quedarse en su casa a votar a un candidato del PSOE, mucho más preparado y con un pasado impecable y de buena gestión por donde pasó. Así que, a joderse (con perdón).

20 agosto, 2020

Sobre el Rey, otra vez

 Un rey no es un escritor, o un pintor, o un artista cualquiera, que son reconocidos más por su obra que por su comportamiento, aunque yo tenga mis dudas sobre si esto está bien. Un artista puede ser, por ejemplo un completo machista, que desprecie a las mujeres y las utilice únicamente para su disfrute, y sin embargo, cuando se habla de esta faceta suya, siempre hay alguien que dice que sí, que vale, pero que fulano o mengano escribían o pintaban muy bien. Todos conocemos ejemplos.

También conocemos ejemplos de artistas que hicieron trampas con el fisco e intentaron tapar sus fortunas acá y allá y en Panamá y, sí, se las tendrán que ver con Hacienda, pero, por lo general, nadie dejará de ver sus películas o de oír sus discos o de comprar sus libros, Bueno, nadie, no. Yo no veré jamás una película de ningún defraudador relacionado con el cine que haya resultado pringado en los papeles de Panamá aquellos. Pero yo soy muy poca cosa, la mayor parte de la gente sigue consumiendo sus creaciones y dándole dinero con ello, dinero que, presuntamente, y visto el percal, puede ocultar.

Pero un rey es diferente. Un rey es un tipo al que el pueblo mantiene a cuerpo de idem para que haga una labor de representación y sea un figurón al frente de una nación o de un estado. Un rey vive como un rey y su comportamiento debe ser el de un rey. Siempre. Si no, no sirve como cabeza del pueblo que le proporciona la vida muelle que tiene. Y su legado, si es que un rey deja algún legado hoy en día, es precisamente su comportamiento.

Hace nada un grupo de personas que fueron cargos públicos durante el reinado de Juan Carlos firmaron un manifiesto engrandeciéndolo. Es un momento dado dice: "Nunca se podrá borrar la labor del rey Juan Carlos en beneficio de la democracia y de la Nación, so pena de una ingratitud social que nada bueno presagiaría del conjunto de la sociedad española". Pues, me van a perdonar, pero yo no lo veo así.

La fortuna amasada por Juan Carlos es el fruto de muchos años de trabajo sordo justamente para hacer dinero, con el agravante de no pagar impuestos por ello. Y eso es un comportamiento poco regio. Yo incluso diría que es un comportamiento canallesco, porque él sabía perfectamente la imagen que de si mismo se estaba proyectando al pueblo.

Lo siento mucho por estas personalidades agradecidas al amigo Juan Carlos, pero no, ni hablar. El legado de Juan Carlos es únicamente el de un señor que, desde un puesto en la sociedad privilegiado,  se dedicó a amasar una fortuna más que considerable, a engañar y a despreciar a su mujer, a practicar costosas aficiones y a darse placer sexual con lo más granado y caro de los pingos y pendones nacionales y extranjeros.

Ese fue Juan Carlos en opinión de un ciudadano que ni gana ni pierde exponiendo lo que le parece que es justo. Y, aunque lo aquí escrito no se convertirá en un manifiesto que firmen personas, es, como mínimo, tan verdad como cualquier papelote signado por grandes próceres.