25 abril, 2011

La maquinaria social I. Los representantes de los ciudadanos

Se supone que la representación ciudadana nace, como casi todo en las sociedades humanas, de la necesidad de organizarse para avanzar. Cualquier agrupación de personas que sobrepase unas pocas decenas de individuos requiere un punto de organización para tomar decisiones. Los humanos somos una especie social y, como tal, tenemos necesidad de coordinarnos.

Las comunidades humanas pueden ser tan grandes como se quiera, pero el modelo no varía: organización para tomar decisiones. Cuando son pocos los integrantes, las decisiones se toman por acuerdo; cuando son más ya resulta más difícil el acuerdo de todos y se pasa al voto, gana la mayoría, y cuando el número sobrepasa una cantidad crítica, entonces se necesita la representación.

Lo que se hace entonces es elegir representantes por sufragio universal.  Estos se postulan personalmente o en delegación, a su vez, de una determinada ideología o forma de ver las cosas. Cada cierto tiempo su labor es sometida a la opinión de la base ciudadana y sus cargos refrendados o invalidados, y el círculo ya está formado.

La representación ciudadana tiene como misión redactar las normas de convivencia y los procedimientos operativos de funcionamiento social. También está entre sus obligaciones la de analizar las necesidades de sus representados, y cuando se dice sus representados no se dice sus adeptos, y hacer lo posible por cubrirlas. Los delegados tienen la obligación de ser sensibles a los problemas de sus conciudadanos y de luchar para resolverlos. A cambio, la sociedad les paga mediante la aportación de tasas a la comunidad.

Lo que no es obligación de los cargos electos es ocuparse de problemas inexistentes, generar expectativas falsas, descalificar a los adversarios para obtener el poder o mantenerlo, o tomar decisiones en función, no del avance social, sino de la consecución de sufragios para mantener sus puestos.

En definitiva, se les exige a los representantes de los ciudadanos que sean honrados, ecuánimes, justos, equilibrados, sensibles, serios… En fin, personas íntegras.

Si, en pleno siglo veintiuno, se me señala a uno solo que cumpla mínimamente con estos requisitos, o es un mutante, o hay vida en otros planetas y nos están empezando a invadir. Puede también que yo sea un pesimista y algún rayo de esperanza empiece a brillar en la Política. ¡Ojalá sea esto último!

24 abril, 2011

Niemeyer vs. Mittal

Pido perdón por adelantado porque este blog tiene como cometido expresar mis opiniones generales sobre asuntos políticos, sociales o generales. No para denunciar nada concreto.

Vivo en una ciudad preciosa de la costa norte de España. Se llama Avilés y lleva puesta en este sitio más de mil años, así que su historia es larga y complicada. Su casco histórico es espectacular y se come de maravilla. Merece la pena visitarla.

Pero voy a dejar atrás nueve siglos y medio y hablar un poco del Avilés de los últimos cincuenta o sesenta años.

A finales de los cincuenta del siglo pasado llegó la gran industria pesada, una siderúrgica enorme que dio trabajo a media ciudad y a unos cuantos miles de inmigrantes que llegaron a iniciar su vida aquí. La cosa funcionó durante unos veinte años, hasta que vino la crisis del sector en todo el mundo. Era la época de Franco y aquí se negó tal crisis, pero al final no quedó más remedio que aceptarlo y el marrón de la reconversión quedó para los gobernantes democráticos que sucedieron al dictador.

Tras muchos años de ajustes, privatizaciones, cierres de instalaciones y pactos empresariales la antigua empresa se convierte en un apéndice del imperio de Mittal. Y resulta que de todo lo que aún funciona en la macrofábrica, lo más rentable es lo más antiguo y lo más sucio: las baterías de coque.

En paralelo Avilés trabaja para labrar su futuro y consigue que se coloque aquí el Centro cultural Oscar Niemeyer. Era el justo pago a más de medio siglo de sufrimiento en forma de humos, malos olores y suciedad.

Ahora el centro Niemeyer, blanco e inmaculado como un Pegaso de alas curvas, funciona y miles de personas lo visitan. Pero las baterías de coque de Mittal también funcionan, y a pleno rendimiento escupiendo veneno por sus viejas bocas negras, como un Leviatán dispuesto a ensuciarlo todo con sus malolientes excreciones. La lucha está servida.


Las baterías llevan las de ganar. El blanco de la cúpula y del auditorio, es cuestión de tiempo que se transformen en el gris negruzco del polvo de carbón.



 Sin embargo, esta ciudad se merece el triunfo del Niemeyer. Las baterías deben hacerse desaparecer. Los sindicatos tienen que entender que la apuesta debe ser otra que la de conservar puestos de trabajo a cualquier precio porque ese cualquier precio puede ser muy alto: el fracaso de la apuesta cultural y de futuro de toda una ciudad.

La cultura dará a Avilés proyección nacional e internacional; hará que se creen alrededor de todo ello nuevas empresas que crearán riqueza y serán limpias; cambiará la percepción que de Avilés se tiene en todas partes, e incluso la propia empresa Arcelor puede verse beneficiada si encabeza una transformación y acomete un traslado rápido de las baterías en favor de un área limpia que embellezca aún más las formas blancas y redondeadas creadas por el genial arquitecto brasileño.

El problema será encontrar el mirlo blanco dispuesto a liderar la transformación social, cultural e industrial que se requiere. Necesitamos políticos de talla que consideren más importante el futuro que el presente; que estén dispuestos a dejarse la piel por la ciudad en lugar de quemarse por su partido, y que tengan altura de miras en vez de perderse en riñas de gatos estériles con sus adversarios sobre estupideces sin importancia. Lo malo es que esa raza de políticos no existe en España.

Por todo ello quiero dejar escrita esta reflexión. Aquí hay una gran oportunidad. Solo  hace falta tomarla entre las manos y trabajar para darle la forma adecuada... A por ella, Avilés.

22 abril, 2011

Flujos migratorios

Los movimientos humanos de una zona geográfica a otra obedecen a reglas muy simples, que tienen que ver por lo general con las necesidades primarias: comida, cobijo, seguridad.

Igual que el flujo migratorio de los animales,  los seres humanos tienden a moverse cuando la presión en el lugar donde viven se hace insoportable. Como  las golondrinas, que  al llegar el frío y faltarles comida deciden reunirse y emprender viaje, los habitantes de un lugar inseguro, o son escasez de alimentos, se congregan en grupos para viajar: pateras, cayucos, balsas…

Estos movimientos son imparables porque están motivados por las necesidades más elementales. Da igual que los italianos protesten por la llegada de libios o que los españoles se echen las manos a la cabeza por la cantidad de magrebíes o de subsaharianos que arriban a las playas andaluzas o canarias. Cuando una población pasa hambre o tiene su vida en riesgo permanente tiende a emigrar a sitios donde haya menos escasez y menos inseguridad.

Las zonas receptoras (Europa, USA) se desequilibran porque los que llegan vienen tras un modelo de sociedad que les garantice un mínimo de comida y cobijo. Conseguir un par de euros o de dólares para comprar algo de comida no es difícil; y conseguir alguna tarea mal pagada para malvivir tampoco. Todo ello es mejor que el hambre y la incertidumbre por la vida que hay allá de donde vienen.

Las personas que emigran están dispuestas a hacer lo que sea, incluso perdiendo parte de su dignidad, porque saben que es cuestión de tiempo recuperarla. En un par de generaciones ya no recordarán sus orígenes y harán suyo nuestro modo de vida. Tendrán negocios y empresas y pagarán sus impuestos.

Europa y USA pueden soportar la presión migratoria hasta un límite, aún desconocido pero que está ahí, y cuando se llegue a él posiblemente empiecen a surgir problemas serios de índole social (rechazo, fobia, violencia…) que, por el momento, solo anidan en los grupos radicales de extrema derecha.

Los resultados electorales de Finlandia de estos días, el crecimiento del partido de Le Pen en Francia o la buena acogida social de ideas neonazis en Austria, y otros países europeos, y en USA tienen que hacernos pensar en este fenómeno y reaccionar para detener las migraciones. Pero no con muros ni alambradas: cada persona tiene derecho a moverse cómo, cuándo y adónde quiera, sino con la creación de oportunidades para todos.

Casi nadie desea marcharse de la tierra en que nació. Pero la política de acopio de riqueza de una parte del mundo en detrimento de la otra parte obliga al éxodo. Por eso debemos cambiar al sistema de intercambio y comercio para permitir que todos vivamos dignamente. O eso, o con el tiempo todos estaremos en esta parte y a ver que hacemos.

Naturalmente que siempre habrá sociedades más ricas y más pobres pero, estas últimas, no deben serlo tanto que la existencia con cierta dignidad resulte imposible

16 abril, 2011

China

China tiene dinero para invertir. España necesita vender deuda para financiarse. Por lo tanto, es lógico que Zapatero vaya a hacer negocios con China.

Lo bueno, o lo malo, del dinero es que no entiende de política. No entendió nunca y seguramente nunca va a entender. Por eso el comercio de bienes del tipo que sea se da entre comunidades humanas que necesiten cosas unas de otras y no entre las que piensen igual o tengan una filosofía u otra.

China es una dictadura más o menos permisiva. En China no se respetan los derechos humanos  ni hay la libertad de expresión. En China hay presos políticos y no se consiente la salida de un premiado con el Nobel de La paz porque sencillamente está en la cárcel por disidente.

China es una vergüenza desde el punto de vista moral y humano. Pero tiene más de mil millones de consumidores potenciales y una capacidad casi ilimitada de producción de bienes basada en una mano de obra baratísima y suficientemente cualificada en muchos casos. Por eso el mundo occidental en el que vivimos no tiene más remedio que tener relaciones comerciales con China. Y vale más dejarlo así.

Estos días escuché críticas a Zapatero por negociar la venta de deuda española con China, una dictadura. Los críticos, casi con toda seguridad, compran en los comercios de chinos que tienen de todo a precios bajos, usan zapatillas deportivas y juegan con palos de golf hechos en China, o van de turismo a ver la Gran Muralla. Yo creo que el Presidente ha hecho bien. Y si el presidente hubiese sido otro, Rajoy por ejemplo, diría lo mismo. Esto para que no haya dudas.

El régimen chino es abominable, pero es cuestión de tiempo que las cosas cambien. Solo hace falta que la gente que trabaja vaya exigiendo y obteniendo cada día más derechos. Cuando la mano de obra se encarezca en China pasarán de nuevo a ser una nación pobre que tendrá más que suficiente con preocuparse de alimentar y generar bienes para su enorme población. Y ese será el momento de Occidente, con las Empresas ya bien colocadas en el país, porque poco o mucho, los chinos seguirán consumiendo y necesitando nuestra tecnología.

Occidente puede romper relaciones o bloquear comercialmente a un país débil y dependiente como Cuba (qué cobardía, ¿no?). Pero para hacer esto mismo con un gigante como China, además de tener agallas, hace falta ser estúpido.

Así de injustas e inmorales son las cosas, pero son las reglas del juego.