Desamparo
La peor sensación que puede tener una persona, y me atrevería a decir que cualquier ser vivo capaz de percibirla, es la de desamparo. Es obligación de los padres amparar a los hijos siempre que lo necesiten. La familia ampara a sus miembros. El grupo nos protege. Nos sentimos amparados cuando no estamos solos. El estado, como cumbre de la querencia social del ser humano, nos procura amparo; hace que nos sintamos seguros.
Las situaciones económicas difíciles provocan un acrecentamiento de la desprotección de quienes menos tienen, de quienes dependen del gasto social para poder tener algo tan simple como un cobijo o un poco de alimento para sostenerse. Cuando el gasto social desaparece, solo la caridad puede ayudar a las personas necesitadas. Pero la caridad es mala compañía porque es dependiente de la voluntad de personas e instituciones que la realizan. Es mejor una regulación gubernamental del amparo social.
La crisis y el paro van a llevar los índices de pobreza a cotas elevadas y crecientes, al menos durante un tiempo. El estado, el Gobierno, la Sociedad Civil en general y las instituciones no deben mirar para otro lado ante este hecho. Cualquier tipo de gasto que pueda ser reducido debe serlo; es lo lógico en este tipo de situaciones. Sin embargo debe tenerse mucho cuidado en las partidas de gasto social destinadas al mantenimiento de la más mínima dignidad humana.
Nuestro país tiene que cumplir con el pago de la deuda emitida y con sus compromisos internacionales. Pero los gobernantes no deben perder la perspectiva de que las personas más desfavorecidas son un material enormemente sensible. Se puede prescindir de cualquier cosa, pero debemos obligarnos a nosotros mismos a permitirnos el lujo de gastar lo necesario para que nadie duerma en la calle o padezca desnutrición. El estado tiene la obligación de dar amparo a los más necesitados.