11 marzo, 2013

Sin rumbo

La situación de España es trágica, o tragicómica. Pero aunque haga cierta gracia no deja de ser más de lamentar que otra cosa. Los dos principales partidos políticos están perdidos en el éter cósmico; uno lleno de dirigentes que ponían el cazo, y con serios problemas de financiación irregular; y el otro, con un escándalo pendiente de resolución en los juzgados que puede traer cola (caso ERE Andalucía) y con una neumonía moral y ética de dimensiones colosales. Luego, el gobierno de la nación no se sabe muy bien para quién o para qué trabaja. Se mire como se mire le entra a uno una risa floja de esas que si no se cierran bien los esfínteres...

El resto de las formaciones del espectro político, dedicadas a pescar en río revuelto, empiezan a ver las ventajas del sistema electoral envenenado que tenemos. Ahora que tienen más votos, y sus posibilidades de sumar escaños se multiplican, cambiarlo dejó de ser prioritario para ellos. Siguen a lo suyo: intentar captar votos a cualquier precio para hacerse un apartamentito en la cueva de Alí Babá, en la que se engorda perteneciendo a comisiones y trabajando unos pocos días por semana con un buen salario. Y no digo nada de los nacionalistas, que quieren tener el huerto para ellos solos. "Oiga, a mis contribuyentes los exprimo yo"

Este panorama desolador para el ciudadano hace que la gente ande completamente desorientada. Todo el mundo habla, todo el mundo critica y todo hijo de vecino juzga y opina. Sin embargo, permanecemos a la espera de que alguien (¿quién?) haga algo que nos saque de este atolladero. Los colectivos ciudadanos llamados apolíticos no lo son en realidad. Los movimientos antisistema, 15 M, ... no son apolíticos, tienen un fuerte trasfondo político, faltaría más, solo que no están representados. Además, la mayor parte de la gente desconfía de ellos. A la mayoría le gustaría que las cosas se arreglasen sin tener que acampar en sitios ni salir en manifestación ni cosas incómodas.

Así que tiene el país una situación de risa y de pena a la vez. Sin salida posible, porque todo pasa por un marco legal anquilosado que no permite un cambio de las propias leyes sin unas condiciones casi imposibles y sin unos acuerdos contra natura de enemigos irreconciliables. No se puede cambiar la ley electoral ni la ley de partidos  ni la constitución ni casi nada sin un amplio consenso. Eso sí, cualquier imbécil puede ponerse por montera el sistema sanitario público y demolerlo sin encomendarse a nadie.

Y no se me ocurre nada. Nada que no sea esperar a que a alguien se le ocurra algo y lo haga. Estoy, como casi todos bloqueado. Grito, me desespero, escribo, intento influir y quiero que las cosas cambien y que se nos gobierne mejor. Pero no sé qué hacer. ¡AUXILIO!


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