24 noviembre, 2015

Campaña electoral y guerra

En una entrada anterior intentaba explicar que estas próximas elecciones eran un buen momento para ejercer como votante racional, o sea ver los hechos de manera imparcial, mirarse las líneas básicas de los programas y decidir en función de ello. Prometí una ayudita mediante una tabla de decisión simple, y lo mantengo, lo haré en unos días. Pero es que ahora hay un nuevo elemento a considerar: la actitud de cada partido, de cada líder, con respecto a una hipotética guerra contra el islamismo radical. Y esto puede cambiarlo todo, porque la percepción de una actitud no es un hecho evaluable, es algo subjetivo que, además tiene una fuerte influencia en la decisión de cada individuo en función de su propio temperamento más belicista, más pacifista, más diplomático... En fin una complicación más para los electores. Porque, además, los candidatos tienen miedo. Miedo a meter la pata.
El miedo en Rajoy

Puede que la gente se de cuenta de que Rajoy no hizo realmente nada en este mandato. Es posible que  los votantes acaben por ver que realmente no aumentó al trabajo en España, a pesar de haber disminuido el paro,  vamos, que la actividad es la misma; que la mejora de los números tiene más que ver con artificios financieros y con los precios de las materias primas (petróleo) que con una recuperación sólida en base a la producción industrial, por ejemplo; o que la deuda no para de crecer.  Pues todo esto, que haría perder unas elecciones a cualquiera, ahora va a tener menos importancia, y así, la victoria pírrica que le auguran las encuestas puede terminar en catástrofe (perderlas con claridad) , o convertirse en victoria contundente. Todo depende de lo mal o bien que juegue sus cartas y de sus decisiones respecto al conflicto con el EI. Rajoy debe estar sufriendo horrores, porque en esto no puede ponerse de perfil; querría ponerse, pero no le van a dejar Y, además, estar callado tal vez juegue en su contra.
El miedo en Sánchez

El amigo Sánchez tiene el mismo problema. El PSOE abanderó el «no a la guerra» durante la segunda invasión de Irak. Pero esto no es lo mismo, y la gente lo sabe; y Sánchez y el PSOE saben que la gente lo sabe. Lo que se hizo en la invasión de Irak fue un crimen premeditado entre Bush, Blair y el gran Aznar (que además creía que era el líder de aquello, qué tipo más simple). Irak no hacía nada, solo estaba allí y alguien se inventó razones para invadir y masacrar. Aquí, por lo tanto la postura estaba clara: «no a la guerra rotundo». Pero, ¿y ahora? Ahora la situación es diferente... A cuenta de aquella guerra, resulta que, en aquel territorio se implantó un grupo radical perfectamente organizado, con un ejército entrenado, con capacidad para manejar armas, con capacidad para actuar en cualquier punto del planeta y que además nos declaró abiertamente la guerra. Menuda patata caliente para Sánchez decir ahora «no a la guerra». Así que, como Rajoy, a ponerse de perfil toca... Pero tampoco le vale.

El miedo en Iglesias
Podemos ya puso claro que ellos se oponen directamente y en cualquier circunstancia a nada que tenga que ver con una confrontación... ¿Y Ciudadanos? Pues parece que Rivera no quiere ponerse de perfil, lo cual es de agradecer. Se le ve nervioso, con ganas de mojarse. Dice que no le dejan entrar en el pacto antiyihadista ese... Pero, poco más. Claro, quiere que muevan ficha primero otros. Si él dice a una intervención, por la izquierda le van a masacrar, y por la derecha parecido. Los unos le tacharían de belicista derechoso y los otros de político poco maduro, o de joven advenedizo que cree que es listo. Rivera también tiene una patata caliente de buen tamaño.

El miedo en Rivera
Es decir que, se complicó la cosa y lo que parecía tan hermoso, que era votar en base a hechos, datos y programas (la parte creíble), se convirtió en una tensa espera hasta ver la actitud final sobre la guerra al EI de estos muchachos que se presentan para liderarnos. Yo apuesto por una tremenda decepción con todos ellos y apuesto también a que ninguno toma una actitud seria de decir sí, o no, y se lo explica con claridad a la población. O mucho me equivoco o aquí no hay ningún Churchill, o ningún Gandhi, para equilibrar. Aquellos, claro, eran políticos, no títeres. Aquí todos tienen miedo a definirse.

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