Expliqué unas entradas atrás que creía conveniente votar esta vez. Me equivoqué: no valió la pena.
Hay el mismo nivel entre los nuevos que entre los que ya estaban. La única diferencia es el grado de corrupción: muy alto en el PP, medio en el PSOE (muy alto en el PSOE andaluz), y poco o nada en Ciudadanos y Podemos. Expliqué también que mi motivación principal para votar era que
se veían propuestas para cambiar la Ley Electoral; sin ninguna duda causa única de todos los males de este país. Así que voté con todas las consecuencias. Voté y ya lo lamento porque empiezo a pasar vergüenza.
Hay cuatro partidos con un número significativo de escaños. Y a la vista de sus actuaciones, parecen no haber entendido nada. Los votantes, el conjunto, no los de cada partido en particular, han determinado que se entiendan y que gobierne el que mejor pueda, sea el más votado o mediante pactos. Pero
los votantes no han ido a las urnas para volver a ir en unos pocos meses. Quieren que se hable y que se llegue a acuerdos, que haya un gobierno que haga lo suyo, y un parlamento que filtre. Pero no, las estrategias de estos partidos no son esas. Ellos solo quieren poder. Poder es la palabra clave. El electorado les importa un comino.
La respuesta del PP es la esperada: quiere gobernar, aunque sea en minoría; y para ello espera que lleguen los apoyos que se lo permitan. Están convencidos de que al final se producirá el milagro. Como siempre,
Rajoy confía el futuro a la inacción. El PP no propone nada, simplemente espera. Espera, porque, si al final no le dejan gobernar,
unas nuevas elecciones movilizarían a su electorado. Si a siete millones no les importó la corrupción, ahora podrán ser más cuando inicie su llanto por el poder. El PP está interesado en repetir elecciones. Sus leyes siguen actuando entretanto y
el problema catalán le importa un comino, él lo creó. Cataluña para el PP es solo un asunto para apuntalar votos en el resto de España.

Lo del PSOE da pena. Al pobre Pedro Sánchez se lo intentan cargar de todas las maneras posibles desde el primer día. En el PSOE no gusta que el elegido por los militantes decida.
El PSOE es un partido de aparato, y debe ser este quien lo controle todo. La cosa está clara. El partido quiere que Sánchez se estrelle. La jugada de este solo puede ser intentar formar un gobierno alternativo al PP, y ya aquí, nadie le discutirá su candidatura ante unas nuevas elecciones en un par de años. Por eso Susana Díaz, desde la corrupta federación andaluza, pregona el no a Rajoy. De este modo
forzará su nombramiento como candidata a las nuevas elecciones. Susana Díaz,
la líder de la corrupta federación andaluza, hará lo imposible para que el Comité Federal desautorice a Sánchez para intentar su estrategia. A Susana, modelo de política profesional desde la cuna, se le ve el plumero. Solo quiere el poder aunque para ello tenga que devorar a su compañero.
Podemos quiere nuevas elecciones. Es el más claro de todos. Se inventa el asunto del derecho a decidir, imagino que para todas las comunidades, y también, por qué no, a todos los municipios, digo yo. De este modo desactiva cualquier posible acuerdo con nadie, ni siquiera con los independentistas, que también abominan de esta propuesta.
Iglesias habla del derecho a decidir, pero no dice nada del supuesto de que la decisión sea salirse del puzzle. Solo quiere otro escenario electoral y con su idea apuntala su voto en Cataluña y en País Vasco. I
glesias se vio crecido en los debates y cree que puede irle mucho mejor en nuevos comicios. En fin, habrá que verlo.

¿Y Ciudadanos? Ciudadanos tiene un problema. Su propuesta de país era muy plausible, en especial por el cambio de Ley Electoral a la alemana. La visión económica de Garicano también era buena. Pero falló el líder. Rivera estuvo nervioso y no brilló. Rivera es el único responsable de no haber alcanzado mejores resultados
por no haberse escorado al centro izquierda, posición natural del elector medio español. Se equivocó de plano y los resultados, aún siendo buenos, hacen que no cuente para nada. Y en la resaca electoral todavía está haciéndolo peor. Su ansiedad por que se forme gobierno, y entrar en él si es necesario, y su nerviosa verborrea incontenible, le hacen un líder poco fiable. Rivera no quiere ni oír hablar de nuevas elecciones. Puede salir escaldado. Pero, ya que no depende de él nada, lo mejor que podría hacer es estar callado y demostrar cierto aplomo; el que no demostró en campaña y que tan caro pagó su partido.
Rivera, de momento, no es el líder que necesita ese centro que quiere representar. Necesita madurar. Lástima.
Así, que a la vista de este panorama,
regreso a la abstención militante de la que nunca debí haber salido. Al fin y al cabo sigue siendo la primera opción electoral. Estaré dispuesto de nuevo cuando la política madure en este país tan naíf en estas cosas.