28 noviembre, 2016

Dictador y cobarde son sinónimos

La muerte de Fidel Castro no me produce sensación interior alguna. No albergo sentimientos para este tipo de gente. Los dictadores son unos cobardes, siempre lo fueron: Hitler, Mussolini, Stalin, Franco. No se libró ninguno de mi juicio. Un juicio que tal vez muchos no compartan, pero yo no puedo evitarlo, me lo dicen las vísceras y, tras mucho darle vueltas, también me lo dice la razón.

Los dictadores como Fidel Castro, como Franco, como todos, toman el poder mediante algún tipo de golpe de mano, sea militar o civil, sangriento o no violento, pero con el resultado de contraponerse al poder previamente establecido y dominar a su pueblo, lo que implica obligarle a hacer lo que, al menos una parte de él, no quiere hacer.

Es verdad que el golpe de Fidel tenía algo de justo, si lo comparamos por ejemplo con el de Franco. Cuba era un casino por el que pululaban putas, putos y turistas, casi todos estadounidenses que iban allí a dar salida a sus bajos instintos, a gastarse la pasta y a ser complacidos por los cubanitos. Fidel los echó de allí a patadas y devolvió la dignidad, según decían sus partidarios, al pueblo cubano. Pero, claro, eso solo lo decían sus partidarios, porque los que no lo eran tenían dificultades para expresarse, muchos de ellos porque, muertos, no podían hacerlo.

Fidel dio muchas cosas al pueblo. Pero decía mi abuelo, que lo había vivido, que Franco nos había dado la seguridad social y la indemnización por despido de cuarenta y cinco días. Es verdad que Fidel hizo de Cuba un lugar en el que la sanidad y la educación son excelentes, comparados con los países de su entorno; y que mantuvo la moral de una nación bloqueada. De acuerdo que el golpe de Castro no trajo un millón de muertos en una guerra y casi otro después por las represalias, como el de Franco. Pero en lo que se parecen uno y otro personaje, y los antes mentados, es en su cobardía.

Los dictadores son unos cobardes porque tienen en su mano todos los mecanismos del poder y los utilizan solo para mantenerse en él. Ninguno tiene el valor de, una vez puestas las cosas en un punto que, más o menos ellos deseaban, dar entrada a todas las sensibilidades y convocar unas elecciones libres. Todo lo más, convocan «consultas» con preguntas capciosas a las que, normalmente el pueblo consultado responde como a ellos les interesa. Fidel nunca dio la oportunidad a los cubanos de expresarse libremente, por eso era un cobarde. Por eso su muerte no me causó pena, o al menos no más de la que me pudiera causar la de cualquier anciano desconocido. Tenía noventa años y había tenido una vida mucho mejor de la que le había dado a su pueblo. Otra similitud con Franco.

Reconozco que Fidel Castro no me caía demasiado mal, no como Franco, al que siempre odié con todas mis fuerzas. Pero, lo mismo uno que otro, eran sobre todo cobardes, y con la cobardía de los poderosos nunca pude.

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