19 diciembre, 2016

Todo puede empeorar: la democracia española

Uno siempre había pensado que después de la transición las cosas irían, día a día. mejorando en lo que se refiera a calidad democrática. Pero no, no. España es un país donde esto de ceder poder a la gente gusta poco a quienes mandan, sean reyes, dictadores o partidos. Libertades, sí, pero poder... en fin, eso es algo muy serio como para perderlo en favor del pueblo.

Durante la transición se pergeñó todo para que los franquistas pudieran integrarse en el nuevo sistema que iba a venir y para que los, hasta la fecha, clandestinos partidos políticos pudieran optar al poder, antes en manos de un dictador y su camarilla. Para ello, la derecha se organizó también en partidos, como ya lo estaba la izquierda, se legalizaron todos ellos y las derechas y las izquierdas se enfrentaron «democráticamente» en las primeras elecciones generales en 1977, bajo una ley electoral de 1976. Esta ley, preconstitucional es la que, con ligeros retoques, sigue en vigor. Anacrónico, ¿no?

La ley electoral española cede toda la representatividad a los partidos políticos. Ellos, cada uno a su manera, que suele ser el dedo, componen las listas de quienes luego serán teóricamente los representantes del pueblo. Solo que, los electores no saben quien es su representante, lo cual convierte a diputados y senadores en meros títeres a las órdenes de su partido en lugar de al servicio de la gente que teóricamente los elige. España es uno de esos pocos países «adelantados» en los que una persona no puede hablar, si así lo requiere, con su representante. Y esto es así sencillamente porque aquí nadie sabe quién es su representante. Este hecho convierte a la democracia española en un sistema de muy baja calidad.

Hay que decir, por otra parte que en España las libertades básicas sí están garantizadas. Todas menos la de presentarse a unas elecciones. Aquí una persona no puede ser elegida para representar a una circunscripción sencillamente porque aquí no hay circunscripciones uninomiales, es decir, ganadas por una persona, a una o a dos vueltas, sino que la circunscripción es la provincia y se elige a una lista. Y esa lista, y aquí está el problema, se prepara en cada partido internamente. O sea, que los electores, no pintan nada, y nada pueden exigir a los diputados, porque estos deben su cargo exclusivamente al partido. Curiosamente las actas de diputado son personales, es decir, el partido te coloca, pero no puede quitarte, pasas al grupo mixto... Qué rarezas, ¿no?

La ley electoral española fue encargada a un equipo para que las cosas sucedieran de una determinada manera: concentración de poder, bipartidismo, diferente validez de los sufragios según sean de áreas despobladas o ciudades, concentrados o dispersos... Una puñetera chapuza, vamos.

Durante años me he quejado de esto. Pero si ya éramos pocos, parió la abuela. Ahora los partidos parecen sufrir una involución hacia posiciones cada vez menos democráticas. Ciudadanos acaba de colocar en sus normas que la disidencia se pena con la expulsión; Podemos quiere un congreso controlado en el que se vote un totum revolutum de personas e ideas, en un intento de la dirección de desactivar otras iniciativas; el PSOE, tras el golpe de mano contra Sánchez, intenta llegar a la elección automática de Díaz por ausencia de otros candidatos.

Visto lo cual, al desánimo que genera en algunos espíritus democráticos el hecho de que no se haya avanzado nada en cuarenta años, se une ahora la depresión que genera el saber que los partidos, que deberían encabezar el avance hacia una democracia cada día más plena, son ahora tan inmovilistas como la era el partido único en la época franquista. Menos mal que el PP por lo menos no engaña a nadie: no son democráticos, les va muy bien así, y no se esconden ni se avergüenzan. Bueno, para esto último, para avergonzarse, hay que tener vergüenza, y el PP tiene una completa carencia de ella.

1 comentario:

Bond dijo...

Cambio de ley electoral. Ya