
En lo que va de verano hemos tenido noticias de agresiones, de peleas, de palizas o de desmadre a go go, casi siempre protagonizados por jóvenes, nacionales o extranjeros, poco importa, que están de marcha. La marcha, siempre la marcha. La maldita marcha, que nada tiene que ver con pasárselo bien, admite todo tipo de comportamientos.
Ayer moría un chico italiano en una discoteca en Lloret de Mar de una patada en la cabeza; hace unos días en Gijón a un chaval le pegaron una paliza unos macarrillas aficionados al boxeo y que les gusta ese rollo de acojonar y pegar, el agredido sigue en la UVI.

Entiendo que son los políticos, sí siempre los políticos, quienes tienen que tomar partido y trabajar en la modificación de leyes, ordenanzas y sanciones. Pero hoy mismo oía unas declaraciones de un munícipe gijonés, que hablando de una pelea nocturna, decía que era una excepción, que eso se daba en after hours y sitios de estos, que la noche gijonesa era segura. El muy estúpido no sabe que un atentado es también una excepción y no por ello dejamos de vigilar y poner esados de alerta.
Pues como este imbécil, todos los que no someten a una regulación rígida esta historia. La noche, la marcha, tal y como está concebida, no tiene nada de segura. Qué pidan la opinión de los padres de los agredidos, a ver qué dicen. Y si no, que se miren al espejo y piensen en su propia opinión si fueran sus hijos los agredidos.

Puede que haya una manera de mejorar las cosas, aparte de regular los horarios y de castigar con la máxima severidad a los pegones. Y esa manera podría ser hacer pagar las costas de las intervenciones sanitarias y policiales al personal atendido, o a sus papis, que se iban a poner muy contentos.
No sé. Pero no me puedo imaginar el dolor, la rabia y la impotencia que sienten los padres de los chicos víctimas de este terrorismo causado por la «marcha». Pero mucho me temo que para ellos cualquier modo de diversión ya carece de sentido. Así que, hagan algo de una vez, que es su obligación.