
Ciudadanos perdió su dignidad como partido. Rivera, con toda probabilidad, terminó con un proyecto por una mala decisión: pactar con Rajoy la presidencia del Congreso. Y no es ya que la presidencia de la Cámara Baja tenga una importancia capital, que no la tiene, sino que Rivera dijo alto y claro en la anterior ocasión similar, en enero pasado, que él, que su partido, pensaba que para que hubiera el debido equilibrio en el Estado, el presidente de la cámara debía ser de otra formación que no fuera la del gobierno.
No es ya un asunto de negociaciones, de sillones o de afinidades, es un asunto de principios. Y cuando un partido no es leal a sus principios, pierde la dignidad. Esto, sin duda ninguna, le pasará a Ciudadanos factura en forma de pérdida de votos, lo mismo que, en su momento, se la pasó al PP, al PSOE o a Podemos por parecida razón: no ser fieles a las cosas que proclamaban como sus principios.

Ciudadanos era un partido que por su trayectoria en Cataluña, su oposición a los nacionalismos y su carácter centrado tenía las simpatías tanto de votantes del PP que abominan de la extrema derecha imperante en el partido, como de votantes del PSOE, esos progresistas moderados que, sin otra opción, preferían la izquierda a la derecha rancia. Sin embargo, al pasarse por el arco del triunfo los principios por él mismo marcados, Ciudadanos se convierte en un partido vulgar y Rivera pasa a ser aire, nada, un mindundi más a añadir a la lista dentro de la infausta política española.
Así pues, como queda perfectamente demostrado que los llamados nuevos partidos son igual que los viejos pero fundados más recientemente, voy a hacer una premonición sin temor a equivocarme: la abstención aumentará aún más porque votar es ya una actividad de alto riesgo: el elector puede llegar a ser responsable de poner el país en manos de auténticos mentecatos.
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